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un estudio sobre adán coprovich

the mask II. Hay que ser absolutamente moderno

Vamos a apuntar algunos elementos posmodernos en la obra de Coprovich. El primero son sus influencias. Como buen posmoderno, y por tanto, heredero también de la anti-poesía de Nicanor Parra, donde caben todas las sintaxis, para él cualquier aspecto de la realidad puede verse reflejado, copiado, plasmado o injerto en una obra poética. Por ello la poesía posmoderna tiene una posición privilegiada para enclavarse sincrónicamente en su mundo actual y contemporáneo, y hacer al tiempo relaciones diacrónicas de todo tipo. La poesía posmoderna recoge el testigo de la poiesis, según la entendía Lezama, al decir que la poesía no resiste la escritura. Yo creo que la maravilla del poema es que llega a crear un cuerpo, una resistencia enclavada entre una metáfora, que avanza creando infinitas conexiones, y una imagen final que asegura la pervivencia de esa sustancia, de esa poiesis.

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En cuanto a influencias literarias, Adán Coprovich alza su voz rebotante y obsesionada, emparentada con conexiones no muy usuales en la tradición poética española (Trakl, Rimbaud, Mallarmé, Apollinaire, Cummings, Girondo, etcétera), que le determinaron a ser “invisible”, como pedía para sí Francisco Pino: me lo pide el alma; esa expulsión a pulso de pulsión. (1)
Más adelante hablaremos del contexto poético y cultural de los vigilantes, así que por el momento, centrémonos. Las influencias reconocidas de Adán Coprovich son múltiples y variopintas. No podía ser de otra manera. Muchas más serán las no reconocidas. Son tantas que no tiene sentido enumerarlas, cuando, además, es tarea fácil colegirlas y deducirlas a través del presente estudio. Por mi parte, a aquéllas que me han parecido más determinantes les he dedicado una entrada particular.
Puede ser, no obstante, de cierto interés señalar que algunos poetas le causaban un confeso resquemor. Aunque Coprovich fuese de carácter polemista, y al respecto sea difícil discernir cuándo bromeaba o cuándo acusaba en serio, o acaso si había verdadera diferencia entre ambas actitudes, es de señalar que no es común desvelar con tanta ligereza los libelos contra poetas concretos, pero Coprovich siempre tuvo una noción beligerante de la poesía, y como en otros aspectos de la vida, también en éste defendía la necesidad de posicionarse. Sin embargo, sus opiniones nunca causaron gran interés en el mundillo literario, a excepción de la desproporcionada reacción que provocó algún que otro comentario suyo sobre F. G. Lorca (2).
Las influencias son máscaras con que Coprovich juega a ser otros para encontrarse él mismo. Era incapaz de imponerse una “voz propia”. Y puesto que ser poeta es otra de sus máscaras, ser otro es la única manera sincera de poetizarse con justicia (3). Encontramos en el posmodernista Coprovich esa búsqueda de la unidad, ese anhelo incesante del cuerpo, de la sensación pasional. Y así, en verso de Al Berto (4), te evades / a través del lenguaje posible – huyes / a la desolación del siglo.
La poesía es para Coprovich una manera de redención, de grito salvífico de su contingencia como ser humano. Coprovich quisiera, como otros lo definieron mucho antes que él, recuperar su condición angélica. ¿Cómo? Pues bien, del mismo modo que aquel pintor cuya historia nos contó Phillipe Gautier. El pintor quería representar unos ángeles que eran ángeles caídos, pero no sabía cómo. Daba vueltas y más vueltas a la manera de mostrar su carácter trascendente, pero a la vez recluido en la tierra. Al final decide pintarles ángeles, tal cual les conocemos, pero con muchas caras, con infinitud de máscaras. Así el poeta cuyos poemas son fragmentos de una máscara, que es el poemario, que a su vez es un fragmento de otra máscara, que es la Obra, que a su vez es fragmento de otra máscara, que es la Persona... y un etcétera ad infinitum. Eduardo Milán:

Poema del pájaro donde estoy yo
haciendo como de pájaro.
Poema del canario donde estoy yo
y digo: envidio su fragilidad.
Tengo que trabajar para sostener esto.
Poema del pájaro donde estoy yo
que empieza con gran distancia
casi objetivamente. Falsa objetividad:
trabajo para cantar eso que sin ser pájaros
también llamamos canto.
Debería surgir de lo más hondo
del deseo de ser pájaro.
Pero no surge: no me comparo,
yo no me vendo, yo no me compro
las vendas de mis heridas.

Una labor sisífica la del artista: un vano intento de aprehender una realidad que, como la vida, es un eterno caleidoscopio, una amalgama de planos caóticos. De ahí que la teoría creativa de Coprovich sea una Teoría del Caos particular y universal al tiempo, y su propia creación se relacione con el principio de incertidumbre. Suyas podrían ser las palabras de René Char, al definir los poemas como incorruptibles trozos de existencia que lanzamos a las fauces repugnantes de la muerte, pero lo bastante alto para que, rebotando en ellos, caigan en el mundo nominador de la unidad. O tal vez el lamento de Hamlet: El tiempo es un desorden. ¡Infeliz yo que he tenido que nacer para ponerlo otra vez en orden!

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Una vez que has entregado el alma, lo demás sigue con absoluta certeza, aun en pleno caos. Desde el principio nunca fue sino caos: el fluido que me envolvía, que aspiraba por las branquias. En el substrato, donde brillaba la luna, inmutable y opaca, todo era suave y fecundante; por encima, disputa y discordia. En todo veía en seguida el extremo opuesto, la contradicción, y entre lo real y lo irreal la ironía y la paradoja. Era el peor enemigo de mí mismo. No había nada que deseara hacer que no pudiese igualmente dejar de hacer.
(Pág. 59 Henry Miller, Trópico de Capricornio, Cátedra, Madrid, 2005)

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Una consecuencia del posmodernismo coprovichano es la negación del absolutismo de las disyuntivas. Al romper con los rangos artísticos (arte de primer orden, arte de segundo orden), con la jerarquía cualitativa de los pensamientos, se está también planteando posicionamientos epistemológicos y éticos. Nuestro modo de pensar habituado a la discrepancia, donde un objeto de valor es clasificado con rotundidad de positivo o negativo, definido taxativamente por un estrecho epígrafe, es erróneamente maniqueo. Por poner un ejemplo, el arte nos enseña que es difícil juzgar a una persona como buena o mala. Por supuesto, a lo único que es lícito agarrarse es a sus actos, pues puede resultar racional preferir la destrucción del universo a sufrir un rasguño en la mano (Hume), por lo que la única realidad que me pertenece enteramente es, pues, mi acto (Beauvoir). ¿Pero hasta qué punto los actos no son también interpretables?
Los actos, esto es, las obras, dependen también del enfoque o punto de vista que uno quiera darle. Por eso el posmodernismo intrínsicamente se burla de Bloom y otros vigilantes, hacedores de los cánones sacrosantos. Coprovich decía que la mayor parte de los poetas que me gustan son buenos poetas y malos poetas al mismo tiempo. Dependiendo del libro, o del poema, o del verso. También dependiendo de mí, de si ese día he desayunado o de si está lloviendo o no. Incluso, a veces, depende también de la edad en que los lea. Eso sí: todos los poetas que me gustan son poetas, y muchas veces no me gustan pero me gustan por ser poetas. Ahora bien, hay muchos poetas que no me gustan y que no son poetas. Los hay también que ni fu ni fa. E incluso los que por no saber no sé si me gustan, si me deben gustar, si me obligo a que me gusten, si son poetas o no, si fu o si fa. Y, si fa, ¿son tal vez músicos? ¿Me entiende? (5) No sé si le entendemos, pero algún aspecto aclararemos en el apartado Desestilográfica. Por otra parte, veamos ahora estos poemas:

I.
Alguien florece,
alguien canta,
pero yo sigo sin hacer nada.

II.
Árboles,
preguntadle al viento
a quién de vosotros va a refrescar primero.

III.
Sólo el amor
es el mundo, sólo el amor
y nada más.

Su autor es Gheorghe Sirbu, alumno de 2º de ESO originario de Moldavia. Lo encontré casualmente en la Red, pero me parece mejor que muchos autores consagrados, de esos que editan asiduamente en las mejores colecciones. Mejor que Jaime Siles. Mejor que Ricardo Bellveser. Por poner unos ejemplos.
Por otra parte, hay otros factores ideológicos que la posmodernidad esgrime. Uno de ellos sería la relación de ésta con el tiempo en presente, reflejado en la pérdida de credibilidad de los sistemas progresistas, preeminencia de las normas de la eficacia, comercialización del saber, etcétera, que han estudiado Lyotard y otros mejor y más extensamente que yo. Para lo que aquí interesa, sólo me propuse sugerir que hay sustento ideológico, especialmente ético, en el pragmatismo formal de Coprovich; e incidir en el sentimiento de caos ontológico que reina en su obra, en su idea de poemario como apocatástasis no definitiva de segmentos de realidad y, sobre todo, como ironía semiótica y literaria paralela al teorema de Gödel: ¿cómo sé que soy yo el que escribe, si al leer ya soy otro? (6) La primera creación de un creador es ser creador. Esa es su primera ficción, es decir, su primera verdad.
Acabemos este apartado con otro poema de E. Milán.

¿Gané el derecho al canto
sin ser pájaro? ¿Sin las alas
del refrendo, la canción en la práctica?
¿Cantar sin fuga puedo?
Lo que en el pájaro es natural
no lo es en mí: es como si
lo fuera, es como si.
Alas, vuelo, canto como si
fueran alas, vuelo, canto.
Naturales del pájaro: aire,
árboles, montañas, cielo:
artificio de mí, fabricación de mí,
hacer de mí como si fuera.
De mí, semi-yo, semillero de no ser eso:
en sus atributos generales, pájaro.  

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Para ser sinceros (7), hay quien considera que nuestros tiempos no son ya los posmodernos, y titulan la época de nuevo cuño como “hipermoderna”. Al respecto no tengo nada que aportar, salvo dejaros con Lipovetsky y un texto donde anuncia el cambio de rumbo de nuestra sociedad. Diré, no obstante, que no estoy seguro de si es un visionario que ha percibido ese cambio de rumbo que la sociedad ha tomado. O es un visionario que opina sobre un cambio de rumbo que la sociedad tomará. Juzguen ustedes mismos, por tanto, si estamos todavía en ese mundo, o no. Aquí les dejo con el estimulante Gilles Lipovetsky:

"El “pos” de lo posmoderno tenía los ojos puestos todavía en lo que quedaba atrás y se había declarado muerto, permitía pensar en una desaparición sin concretar en qué íbamos a convertirnos, como si se tratase de conservar una libertad nuevamente conquistada a impulsos de la disolución de los encuadramientos sociales, políticos e ideológicos. De aquí la suerte que corrió. Esa época ha terminado.
Hipercapitalismo, hiperclase, hiperpotencia, hiperterrorismo, hiperindividualismo, hipermercado, hipertexto, ¿habrá algo que no sea “hiper”? ¿Habrá algo que no revele una modernidad elevada a la enésima potencia? Al clima de conclusión le sigue una conciencia de huida hacia delante, de modernización desenfrenada hecha de mercantilización a ultranza, desregulaciones económicas, de desbordamiento tecnocientífico cuyos efectos son portadores tanto de promesas como de peligros. Todo ha sucedido muy aprisa: el pájaro de Minerva anunció el nacimiento de lo posmoderno mientras se bosquejaba ya la hipermodernización del mundo.
Lejos de haber muerto la modernidad, asistimos a su culminación, que se concreta en el liberalismo universal, en la comercialización casi general de los modos de vida, en la explotación “hasta la muerte” de la razón instrumental, en una individualización vertiginosa. Hasta entonces la modernidad funcionaba encuadrada o frenada por toda una serie de contrapesos, contramodelos y contravalores. El espíritu de la tradición seguía vivo en diversos grupos sociales; el reparto de los papeles sexuales seguía negando estructuralmente la igualdad; la Iglesia seguía teniendo una gran influencia en las conciencias; los partidos revolucionarios prometían una sociedad distinta, liberada del capitalismo y de la lucha de clases; el ideal de la Nación legitimaba el sacrificio supremo de los individuos; el Estado administraba numerosas actividades de la vida económica. Ya no estamos en ese mundo."

(Pág. 55, Gilles Lipovetsky, Los tiempos hipermodernos, Anagrama, Barcelona, 2006.)

  (1) Por otro lado, no es del todo cierto. O digamos que también es cierto su contrapunto; pues su formación teatral, así como su sentido de la relación del poeta con el mundo, llevan a Coprovich fuera de su cascarón, de la torre de marfil, y le acercan a la poesía escénica, oral y performática.
  (2) “Ser poeta español y estar influido, de un modo u otro, por Lorca, son una y la misma cosa. Eso sí: son muchos menos los poetas que lo han leído.” (A. Coprovich, La luna en el bolsillo, Círculo de Lectores, Madrid, 2000). Con Lorca mantuvo siempre una relación de amor-odio. Si bien le apreciaba en general, y especialmente su vertiente más surrealista, estuvo pronto hastiado de su omnipresencia.
  (3) Tengamos presente la idea de justicia ontológica que explica Zambrano con estas palabras: ...la injusticia es el ser –el ser de las cosas- precisamente y que para repararla sería preciso que las cosas se reintegraran de cierta manera, al obscuro, indeterminado apeiron. No hay razón para que algo sea independientemente, para que algo se aparte del todo y rompa su armonía. No hay motivo para que sea concedida la existencia a nada determinado, y el que algo exista es ya una injusticia. Porque todo ser algo, significa ser a costa de algo; ser a costa de que otro algo no sea.
Envuelto en una sutil belleza aparece así también en Heráclito. Ser es ser contrario. La unidad jamás es completa, porque ha de ser referida continuamente a “lo otro”. Lo que es, hace alusión constantemente a “lo otro” que él es, y aun a lo que no es, sin más. La unidad, compañera inseparable del ser, no reside íntegramente en ningún ser, sino únicamente en el todo. Sólo la armonía de los contrarios es. Justicia sería esta total armonía, solamente.
  (4) Una constante del portugués Al Berto es la ausencia del yo, la de sí mismo que se desdobla. De ahí su nombre que aparece siempre dividido, partido en dos entidades, Al Berto.
  (5) Op. cit.  El coño  de la Bernarda.
  (6) Ver aulós.
  (7) Hay que ser absolutamente moderno, decía Rimbaud.

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